Acompañar hacia la no violencia

Hoy quiero compartir mi reflexión sobre el conflicto como oportunidad para educar en la no violencia y sobre nuestra responsabilidad como adultos, como educadores en guiar y acompañar hacia un mundo mejor.

En los medios de comunicación aparecen con frecuencia noticias horribles sobre violencia física y abusos entre menores. Violencia que, por otro lado, conozco de primera mano por haber trabajado muchos años con menores que han sido agresores y a pesar de ello, no dejo de estremecerme y de preguntarme cuál es nuestra responsabilidad como adultos. La respuesta social inmediata es que deberíamos aumentar vigilancia, aumentar penas o rebajar la edad penal para imputar judicialmente y que ese menor “pague por lo que ha hecho”. ¿Y si educásemos en la responsabilidad personal? ¿Y si pusiéramos todos nuestros esfuerzos en que nuestras conductas no dependan de la vigilancia ni del castigo sino de nuestra responsabilidad, de nuestra moralidad, nuestra empatía o de nuestros valores? de esta manera no actuaremos cuando no nos vean porque tendremos nuestra conciencia, nos tendremos a nosotros, que somos de las únicas personas de las que no nos podremos esconder nunca.

La violencia se puede mostrar de muchas maneras, con la palabra, con los gestos, con la indiferencia. Conductas violentas las presenciamos cada día, muchas veces, aunque a veces las tenemos tan normalizadas que las pasamos por alto, bien porque no las reconocemos como violencia o bien porque no tenemos herramientas para enfrentarnos a esas situaciones. A veces queriendo defender nuestros derechos dañamos a la otra persona, haciendo justamente lo que queremos evitar.

Me gusta mucho como Marshall Rosenberg, fundador de la Comunicación No Violenta, da su definición de violencia: todo comportamiento que nos aleja del otro, todo lo que no genera acercamiento sino distanciamiento entre las personas. Viéndolo así, ¿cuánta violencia vivimos en el día a día? ¿Cuánta presencian nuestros hijos/as o alumnos/as? ¿Cuánta presenciamos entre menores como adultos educadores y miramos hacia otro lado? ¿Cuánta podríamos evitar si solo nos hacemos conscientes?

Esa violencia que nos estremece, la que sale en los medios y nos hace preguntarnos qué está pasando comenzó en algún momento, quizá en casa o quizá en clase o quizá en un parque. Hubo un tiempo en que esa persona que hoy es violenta subió el primer escalón saltando por encima de otro y nadie le hizo mirar atrás, por lo que siguió avanzando y subiendo escalones incluso pisando personas…

¿Cómo podemos acompañar a la infancia para que adquieran una responsabilidad personal que les permita interaccionar con otras personas de manera no violenta? Hoy me centraré en la que es para mí una de las claves en el aprendizaje de habilidades sociales y habilidades de resolución de conflictos. Me refiero al conflicto entre iguales. Es un momento que normalmente se vive como algo negativo como algo que tiene que terminar y sin embargo para mí es una oportunidad de aprender, de vivenciar, de practicar y de educar a largo plazo.

El papel del adulto es esencial, dando ejemplo, ofreciendo oportunidades de observar, de imitar de practicar y también de equivocarse. Para eso se debe hacer un trabajo previo, propio y cambiar muchas de las respuestas que llevamos en nuestras mochilas, lo que decimos de manera inconsciente y que no ayuda a adquirir esas herramientas personales para desenvolvernos en la vida de manera no violenta.

El conflicto puede darse por querer y esperar cosas diferentes, por pensar de otra manera, por percibir la situación de formas diversas, por querer la misma cosa, por querer cosas diversas, por hacer algo que no gusta… en definitiva es un desacuerdo entre personas. Maneras diversas de ver la realidad.

De todos los conflictos posibles me quiero centrar en el que se desarrolla en el momento del juego, cuando los menores están jugando juntos y alguna de las partes quiere poner un límite bien porque no le gusta el juego, bien porque no se siente respetado, bien porque prefiere jugar a otra cosa.  Ante estas situaciones solemos escuchar frases como:

¿Os suena? A veces decimos esa frase porque nos parece una tontería que se quejen o porque no nos parece relevante o simplemente para acabar cuanto antes, pero en ninguna de esas frases hay aprendizaje valioso y útil para la vida.

En los talleres de padres y profesionales una de las dudas que suele aparecer ante la palabra conflicto es la del papel adulto: ¿Intervenir o no intervenir? Intervenir cuando hay golpes o intervenir cuando hay gritos… Decía al empezar que la violencia no es sólo física por lo que intervenir sólo cuando hay golpes reduce la posibilidad de que nuestros peques aprendan a detectar las otras caras de la violencia. Lo mismo pasa cuando intervenimos sólo cuando hay gritos. Se pueden decir cosas muy hirientes sin alzar la voz, a veces incluso se puede herir sin hablar ¿Y entonces? La clave desde mi punto de vista no está en el momento concreto, sino en el ¿Para qué?

Ante la pregunta ¿para qué intervenir en un conflicto entre dos iguales? Surgirán las respuestas que nos guiarán en los momentos de conflicto hacia metas a largo plazo, evitando que nos estresemos, evitando que improvisemos o que tomemos una decisión sin conciencia ni reflexión.

Mis respuestas a ese ¿para qué? son: para aprender a respetar al otro, para saber aceptar un límite personal, para que se sientan seguros, para que aprendan a hacer respetar sus necesidades, para que sepan reconocer emociones ajenas, para que aprendan a detectar cualquier violencia, para empoderarlos y hacerles capaces de enfrentar situaciones sin caer en el papel de víctimas… de esta manera cuando alguna de las dos partes manifiesta verbal o no verbalmente que no está conforme, que no está a gusto es el punto en el que acompaño (no dirijo) la búsqueda de soluciones. ¿Cómo lo hago? Generalmente describiendo lo que veo y lanzando una pregunta que les ayude a reflexionar, a responsabilizarse y a buscar soluciones.

Si en lugar de decir: “no le hagas caso” digo: “parece que este juego no te está gustando” estoy acompañando a ambas partes a aprender. Una a reconocer sus límites y y a la otra a empatizar y a reconocer emociones del otro.

Otra pregunta que me hago para tener un plan concreto es ¿Cuáles son las habilidades que quiero que mi hijo/a o mis alumnos/as aprendan de un conflicto? ¿Qué les servirá el día de mañana ante un conflicto (de pareja, de trabajo, de amigos, de familia, etc.)?  Si hacemos una lista aparecerán cualidades como: diálogo, escucha, respeto, empatía, pensamiento crítico, flexibilidad, creatividad, paciencia, espera, …

Mi objetivo será que en cada una de las situaciones de conflicto se lleven alguna de las cualidades de la lista. Para ello la primera que tiene que mostrarlas soy yo misma. Si queremos que aprendan autocontrol, tendremos que ser un modelo y no dejarnos llevar por nuestro impulso. Respirar y no tomarnos el conflicto como algo personal sino como una situación de aprendizaje. Así será más sencillo mantenernos neutrales y no hacer nuestras las situaciones ni las emociones de los peques.

Hace poco una profe me pidió asesoramiento. Decía que un niño de su clase de infantil era muy agresivo, pegaba y agredía a los demás. Lo que empezaba como juego, acababa siendo una pelea, generalmente con mucha agresividad de este peque hacia los otros. La profe me decía que ella no quería dirigir y que se mantenía al margen hasta que veía golpes.

Fui a observar la situación. El niño “agresivo” resultó ser un niño que en cada juego intentaba poner sus límites: “esto no me gusta”, “me estás molestando”, “me estás haciendo burla”, y ante la falta de herramientas para hacer valer su derecho acababa haciendo lo que sabía que pondría fin al asunto: agredir. Era una estrategia eficaz porque por un lado quedaba claro el límite y por otro lado era la única manera en que el adulto acudía en su ayuda.

¿Qué propongo en esta situación? Observar y acompañar antes. Si una de las dos partes no está disfrutando del juego entonces hay que parar y valorar con ellos qué hacer. Es la única manera de enseñar que todos tenemos emociones que son únicas y que hay que respetar.

Mis hijos cuando juegan a luchas saben que en el momento en que uno dice “para” hay que dejar el juego porque eso significa que la otra persona no estaba a gusto.

Si queremos que los jóvenes respeten, debemos empezar educando en la infancia y debemos tener claro que el primer paso hacia la no violencia es saber dónde está mi límite y dónde el del otro y tener claro que esa línea no puede sobrepasarse porque eso implica DOLOR.

 

 

 

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